Un día tuve una idea. Yo suelo tener muchas que, por pereza a ordenarlas, se quedan en arrugados papeles en mi mente. A veces vuelven pero solo duran dos días.
Cuando aún no se está enamorada, incluso con los cordones abrochados y con lazo, se piensa en cómo conocerás a esa persona y damos de comer a nuestra imaginación grandes bollos y pasteles.
Yo entonces escribía en el Word y leía el horóscopo cada día. Nunca he creído en el pero no me hacía daño leerlo.
Imaginé una historia de quinientas páginas en la que una chica, como yo, leía el horóscopo. Contrastaba información, tenía una especie de obsesión por el futuro. Alguien con miedo. Ella era sorprendida por un barbudo que sin querer se enamoraba en el metro de Barcelona. Iba con mucha prisa y él no dejaba de mirarla. La chica, Pepa se llamaba, toda cargada se tropezaba y se marchaba, dejando en el suelo montones de revistas con su signo del zodiaco marcado. Con la casualidad de que dicho peludo, era maquetador de revistas para chicas.
Entonces muy enamorado se debería de quedar de la chica porque solo hacía que se sintiera querida al leer su signo. Le predecía el futuro y lo hacía posible hasta que llegó a conseguir ser su porvenir.
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